Torneo de
Elección del Magistrado Esmeralda 2003

El Mensajero de los Seppun
Introducción
Seppun Noritaka avanzaba por el camino. El viaje
duraba ya varias semanas. Su obi, mal sujeto, ondeaba tras el pony de
montaña que le acompañaba desde el Palacio Imperial.
- La Calabaza de Sake – murmuró con voz cansada. El
pensamiento le llevó al gran edificio dentro del recinto de Madrid-Shiro
donde Osata, líder de los ronin del lugar, tenía su residencia. La
posada estaba generalmente frecuentada por no menos de veinte compañeros
de andanzas del joven Seppun. Ése era el lugar al que se dirigía, y
donde por fin podría tomar un buen sake.
Pocos días después, el camino comenzaba a ascender.
Por fin se acercaba a Madrid. En el camino poco antes de adentrarse en
la ciudad se encontraba un puesto de guardia, en el cual ondeaba
orgulloso el estandarte del oso que identificaba a los habitantes del
lugar. El puesto sería ocupado por un yoriki del campeón esmeralda,
cuando en el torneo se decidiese el puesto. Noritaka sonrió. Era
justamente eso lo que necesitaba la ciudad en estos momentos. El
secuestro de la gobernadora y el enfrentamiento que habían tenido el
León con el Dragón había desestabilizado el equilibrio de la ciudad, y
había que recuperarlo – pensó el Seppun - Y quizás, uno de sus
compañeros o incluso él mismo, sería uno de los elegidos. Pero primero
debía hacer llegar la proclama a los demás clanes. De eso se encargarían
en la Posada.
El Pony le adentró en la ciudad por el camino del
sur, mientras el Seppun lo guiaba con mano experta hacía su “hogar”...
El Clan del León
El Dojo en el que habitaban la mayoría de los
samuráis del León en la ciudad se encontraba en buen estado. Era uno de
los edificios más importantes de la ciudad, pues al haber sido fundada
Madrid por sus hombres hacía tiempo, el clan había conservado gran parte
de sus posesiones. El Palacio de la ciudad era además un antiguo fuerte
del León y en la biblioteca Ikoma se conservaban documentos de la
creación de la ciudad y gran cantidad de mapas, pasadizos e historias
sobre la fundación de la ciudad, a los que cualquier escorpión estaría
encantado de acceder.
El ronin se acercó con paso decidido a las puertas
del edificio. En cualquier otro caso no hubiese sido tan osado, pero en
esta ocasión iba en misión del emperador. Cualquier samurai respetaría
eso, y mucho más los León, que defendían al imperio con un orgullo
fanático. En las puertas un gran samurai aguardaba al ronin.
- Proclama imperial – susurró el ronin ante la
augusta presencia del Matsu de las puertas.
- Espera aquí.
El ronin no tuvo que esperar demasiado. Un Ikoma
apareció por las puertas del Dojo, y con un gesto le invitó a
acompañarlo. El interior del edificio era fresco, y al poco de entrar
aparecía ante los ojos del visitante, un pequeño patio interior con una
selección de diversos árboles. El patio estaba rodeado por una
balconada, en la cual se encontraban samuráis del León vigilantes. El
Ikoma pasó con paso rápido por la balconada y se dirigió hacia el centro
del complejo. Al salir del patio la presencia de los samuráis comenzó a
escasear. La zona por la que pasaban parecía más una serie de
habitaciones para invitados que parte del entresijo del clan. Al fondo
del pasillo aparecía una puerta doble vigilada por dos samuráis Akodo.
El Ikoma llamó educadamente a la puerta y esperó.
– ADELANTE – gritó una voz desde el interior. Uno de
los Akodo abrió los grandes portones y el Ikoma precedió al ronin a la
sala.
La habitación era sin lugar a dudas una sala de
audiencias. Decorada de manera sencilla, hacía el efecto de que la
persona que se encontraba en el centro, sólo tuviese ojos para la gran
presencia del daimyo Matsu sentado en un gran trono enfrente.
- Déjanos Hyoga – dijo Shokan con un pequeño gesto de
la cabeza. El Ikoma, inclinándose ante su señor, salió por las puertas,
dejando cara a cara al ronin con el daimyo.
- Y dime pequeño ronin ¿para qué me necesita el
emperador esta vez? – dijo Shokan con voz cargada de orgullo.
- Lo desconozco Matsu Shokan-sama, pues la proclama
viene sellada con el mon de los Seppun. Tomad. – Acercándose al trono,
el ronin dejó a los pies del Matsu un pliego de papel con un gran sello
en el centro. – Mi señor Seppun Noritaka espera contestación en la
Calabaza de Sake, la posada del cen...
- La conozco maldita sea. Deja de parlotear. –
exclamó el Matsu. – Márchate. Tu señor tendrá noticias mías.
Las grandes puertas se abrieron y Hyoga apareció para
acompañar al ronin hacia la salida. Cuando se cerraron, el Matsu recogió
el pliego y quitó el sello con impaciencia. Leyó el mensaje y lo dejó
caer.
- ¡¡¡LAMENTARAN METERSE CON EL LEÓN!!!. – gritó. –
¡SEA ASÍ!, SI QUIEREN UN TORNEO. ¡¡LO TENDRÁN!!.
El daimyo abrió las grandes puertas de un tirón y
mientras se alejaba por el pasillo, escoltado por los dos Akodo, no
dejaba de gritar. – ¡¡QUE LOS HOMBRES SE PREPAREN!!...
El Clan del Unicornio
El enviado se acercó con paso rápido al destacamento
unicornio. Aunque la ciudad se encontraba en tierras de su clan, éstos
tenían pocas posesiones en su interior. Evidentemente en la ciudad había
cuatro o cinco establos llevados por gente del ki-rin, pero sólo
permanecían en la ciudad un pequeño grupo, que llevaba los asuntos del
clan. El destacamento era poco más que una casa grande con un gran patio
dónde los grandes caballos del Unicornio retozaban. Rodeada por una
pequeña empalizada de madera (cuya función era más de delimitación de
terreno que de protección), la casa estaba protegida por unos pocos
samuráis de los Shinjo. En la entrada, una caravana partía hacía el
interior de los terrenos del clan.
El ronin se dirigió a uno de los samuráis de las
puertas.
- Perdonadme Shinjo-sama.
- ¿Qué quieres ronin?
- Vengo como mensajero de la corte imperial, de parte
de los Seppun. Traigo una proclama para vuestro daimyo.
- Pasa ronin. Dirígete a los establos.
El ronin sorprendido, se adentró en el recinto. Los
grandes caballos de los Unicornio deambulaban por el patio, llevados de
las riendas por hombres y mujeres del unicornio. El edificio al que se
dirigía se encontraba al otro lado. El hombre se acercó a los establos
bordeando la empalizada.
Los establos eran si cabe más lujosos que la casa en
sí. Era un gran edificio construido en madera pero con la base de
piedra. Un gran pórtico daba acceso a su oscuro interior. Ya desde fuera
el ronin pudo oír una voz. – Maldita sea Sakura-chan no te
amedrentes...- El hombre accedió al interior y se desplegó ante él una
curiosa escena. Una joven con el pelo suelto montaba un gran semental al
que trataba de domar, mientras que un hombre de unos cincuenta años la
miraba desde el suelo con gesto de enfado. Al otro lado, un hombre, que
por su aspecto debía ser un cortesano, hablaba con voz suave.
- Pero señor – explicaba - yo creo que Sakura-sama
está demostrando su gran condición de amazona. La escuela Otaku está
orgullosa de que pertenezca a sus filas.
- No maldita sea. – gritaba el samurai al que el
ronin reconoció como Otaku Yahyo, daimyo del clan del Unicornio en
Madrid-Shiro – ya lleva toda la mañana con él y todavía no ha conseguido
que el caballo se vuelva tranquilo.
- ¿Ha conseguido domar al caballo en una mañana? –
exclamó el ronin sorprendido ante la afirmación del daimyo y olvidando
su posición.
El samurai, la doncella de batalla y el cortesano se
volvieron sorprendidos.
- ¿Quién eres? – preguntaron los tres al tiempo.
- Disculpadme Otaku Yahyo-sama. Soy un mensajero de
los Seppun y traigo una proclama del emperador.
- ¡Ah! Bien. Boku, cógele la proclama. Dale algo de
comer al ronin y luego me cuentas lo que dice. – Dijo el daimyo con un
gesto vago.
- Señor – respondió educadamente el Horiuchi.
El ronin con mirada desconcertada miraba a uno y otro
lado sin saber que hacer – pero señor – tartamudeó. – tranquilo
emisario-san – respondió el cortesano – y seguidme, todo se hará de la
mejor manera posible.
Lo último que oyó el ronin al salir del establo fue
un bufido de enfado por parte del daimyo acompañado de una joven risa de
la doncella de batalla.
El Clan del Escorpión
El ronin se dirigía a la Biblioteca Soshi, edificio
donde los escorpiones tenían sus dependencias. La Biblioteca era un
edificio de color oscuro, apartada de los demás edificios de la ciudad,
por lo que, tanto los escorpiones así como los demás representantes de
los clanes, se sentían agradecidos.
A los pies de la torre principal de la Biblioteca se
encontraba una pequeña guardia de samuráis Bayushi. El líder del grupo
se acercó al ronin que se aproximaba.
- ¿Qué asuntos te traen por el territorio del Clan
Escorpión, ronin?
- Traigo una proclama imperial de parte de los Seppun
para vuestro señor Bayushi Tabu-sama.
- ¿Para el Guardian de los Secretos? – preguntó el
Bayushi sorprendido – Venid conmigo.
El Bayushi hizo pasar al ronin a la Torre. Una
oscuridad permanente acompañaba al visitante dentro del edificio. Se
decía que era a causa de un hechizo de los Shugenjas escorpión, que
hacía que los kamis del viento oscureciesen la biblioteca para que no
viesen los secretos de su clan. El ronin se dio cuenta de que el único
sonido que había en la Torre era el que hacía él al caminar. Su
acompañante se movía en absoluto silencio y parecía deslizarse sobre el
suelo. Por lo demás el edificio parecía abandonado, aunque el hombre
sentía la presencia de otros seres que parecían vigilarlo.
Comenzaron a subir unas escaleras. Éstas terminaban
en una pequeña puerta decorada con el mon del escorpión. El dibujo
parecía moverse ante la mirada estupefacta del ronin. El guardia llamó a
la puerta rompiendo así el silencio. No hubo contestación a la llamada,
por lo menos ninguna que el ronin hubiese escuchado, pero el escorpión
de la puerta hizo un claro gesto de bienvenida. El bushi, inclinándose,
abrió la puerta y la cerró a las espaldas del emisario.
La habitación era un despacho con una pequeña
biblioteca bien aprovisionada. Un hombre descansaba de espaldas a la
entrada, mirando hacia una terraza que permanecía abierta y por la que
entraba una suave, aunque inquietantemente fría, brisa. El kimono, de
buena calidad, cubría el asiento donde el escorpión reposaba.
- Bienvenido, emisario de los Seppun – saludó
educadamente Bayushi Tabu al ronin.
- Mi señor. Traigo una proclama imperial.
- Dádmela pues.
El ronin se aproximó cauteloso a la figura del
Guardian de los Secretos y le alcanzó el pliego. El Bayushi, alejándose
del ronin, abrió el pergamino.
- ¿Un torneo de Campeón Esmeralda? – Susurró el
Shugenja muy levemente. – Si así lo desea el emperador, acudiremos –
aclaró ya en voz alta al ronin. - Decidle al Seppun que el clan del
escorpión acudirá.
El ronin se inclinó ante el tono respetuoso del
Bayushi y salió por la puerta decorada. Un poco más abajo, la figura de
Shosuro Kagemaru le precedía. - Un campeonato… - susurraba el samurai
con una sonrisa sarcástica.
El Clan de la Mantis
Yoritomo Yamoshii miraba el cargamento del Kobune que
acababa de llegar. El barco había sido atacado en el río por bandidos. –
Una vez más el cargamento nos llega en mal estado – se dijo a si misma
con voz cansada. – Esto no puede seguir así. La daimyo mantis de la
ciudad de Madrid-Shiro se dirigió al muelle. Si la guardia de la ciudad
no podía hacer nada o no quería hacerlo, los mantis se encargarían de
ello. Darían una batida río arriba.
- ¡Kuroneko! – Gritó Yamoshii a su campeón, que se
encontraba ayudando a la tripulación del pequeño kobune.
- ¿Mi señora? – respondió el campeón con voz grave
- Prepara dos kobune con samuráis. Iremos río arriba
en busca de los asaltantes. Esto no puede seguir así.
Inclinándose Kuroneko partió en busca de los mantis en la arquería de
Diro.
El ronin se acercaba al puerto. La zona era conocida
por su gran afluencia de gente, y el ronin la conocía como la palma de
su mano. En el puerto era donde se centraban la mayoría de las
transacciones (fraudulentas o no) de la ciudad. Pero en esta ocasión no
iba en busca de mercancía. La daimyo mantis tenía un pequeño edificio,
dónde realizaba todos los encargos comerciales de la ciudad y allí era a
donde se dirigía.
La caseta se encontraba cerca de los muelles donde
gran cantidad de kobunes descansaban. Un olor muy fuerte a pescado
fresco invadía el lugar, fruto de la pesca de los campesinos de la
ciudad. Algunos mantis patrullaban por la zona, pero dejaban a la gente
en paz. Se limitaban a mantener el orden.
El hombre se dirigió a la envejecida caseta y llamó
esperando contestación. LA daimyo mantis le abrió la puerta esperando
ver a Kuroneko de vuelta.
- ¿Sí? ¿Qué queréis? – preguntó algo sorprendida al
ronin que esperaba.
- Mi señora – respondió el ronin inclinándose –
traigo un mensaje de parte de Seppun Noritaka, emisario imperial, para
vos.
- ¿En serio?. Dádmelo entonces.
- Mi señora, Noritaka-sama espera noticias vuestras
en la Calabaza de Sake con la contestación. – se despidió el ronin
dándole el pliego a la daimyo.
La mujer entró de nuevo en la casa y abrió el
pergamino.
Poco después Kuroneko venía acompañado de varios
hombres. Encontraron a Yamoshii en el muelle y parecía más alegre que
antes.
- Yamoshii-sama, aquí traigo a los hombres para la
incursión
- Ya no hace falta Kuroneko-san – respondió con voz
jovial la daimyo – Preparaos mantis pues en breve se realizará un torneo
para decidir el campeón esmeralda en la ciudad. ¡Y ese puesto ha de ser
nuestro!
El emisario se alejaba ya del puerto cuando oyó de
fondo el clamor de las ovaciones de los mantis. ¿Quién entendía a los
samuráis? – se preguntó con una sonrisa despreocupada bailándole en la
boca y un encogimiento de hombros.
El Clan de la Grulla
El Dojo grulla se encontraba casi en el centro de la ciudad. Era un
edificio imponente, fuertemente defendido por samuráis Kakita y Doji. El
edificio estaba decorado con motivos de aves y árboles que le conferían
un aspecto salvaje.
El emisario se acercaba a la puerta, cuando uno de
los Kakita le paró.
- ¿Qué quieres ronin? – preguntó con la voz del que
se sabe superior.
- Traigo un mensaje de Otosan Uchi para tu señor,
Doji Dimas-sama, Kakita. Haz el favor de avisarle. – Le respondió el
ronin con voz seca y no exenta de orgullo
- Espera – Respondió el grulla conteniendo su furia
por el descaro del ronin.
El grulla llevó al emisario hasta la entrada y le
dejó vigilado por otros dos samuráis que le miraban con cara de pocos
amigos, adentrándose en el dojo. Pasados unos instantes volvió a salir,
acompañado esta vez por un cortesano.
- Emisario-san – saludo educadamente el hombre – mi
nombre es Doji Kabuto. ¿Puedo saber que necesita de mi señor?
- Traigo una proclama imperial para el daimyo.
- Comprendo. Por favor tened la bondad de acompañarme
– accedió Kabuto mientras precedía al ronin al edificio.
El cortesano se movía deprisa por los largos pasillos
centrales del dojo y el ronin iba detrás de él con una expresión
perpleja en el rostro. Jamás en su vida había visto tal cantidad de
riqueza y ostentación, desde su punto de vista, tan inútil. Llegaron a
una habitación en la que un hombre con un kimono de seda azul celeste
descansaba tras lo que parecía un entrenamiento. Su daisho descansaba
cerca.
- Mi señor Dimas-sama – comenzó educadamente el
cortesano – Éste mensajero trae un pergamino para vos.
El daimyo grulla se dio la vuelta.
- Dádselo a mi cortesano. – Contestó el daimyo de
manera escueta pero educada.
El ronin inclinándose con respeto le ofreció el
pliego a Kabuto. Con un gesto de la mano Dimas ordenó a uno de los
guardias que acompañase al emisario a la salida.
Pocos días después...
Sudor. Cansancio. La katana bailaba la danza de la
muerte con un enemigo invisible. El kimono celeste trazaba dibujos en el
aire mientras el campeón de la Grulla ejecutaba sus ejercicios.
- Perfecto, Ineda-sama. Estáis en forma.- El samurai
sonrió y se volvió hacia su interlocutor.
- Gracias, Kabuto-sama.- Ineda se inclinó ante el
cortesano. -Estoy seguro de que vos no lo hacéis mal del todo, aunque os
vemos poco por aquí.
Ineda envainó, se secó el sudor con un lienzo limpio
y se sentó junto al recién llegado.
- Las cosas no están demasiado bien en la ciudad.-
Dijo Kabuto. - El Dragón aprovecha el secuestro de la gobernadora para
atacar en la corte a Shokan y Selane perdió el apoyo del Unicornio
cuando Yayho-sama lo arrojó del clan...- Ineda continuó la frase de su
hermano de clan.
- ...Comprendo. El gobierno está en el aire. Se
acerca la elección de Magistrados para la ciudad y eso podría
desequilibrar esta posición.
- Equilibrarla, amigo. La grulla ha de vencer en el
torneo. El Escorpión apoya incondicionalmente al Dragón, aunque deja que
laven solos sus trapos sucios con el León, por ahora. Shokan salió
malparado en la corte tras el secuestro de Hanako. Aunque eso debería
también debilitar al Escorpión, parece que el asunto del secuestro ha
beneficiado a Tabu y sus seguidores. - La cara del kensei reflejó su
duda un segundo antes de preguntar -¿Crees que Tabu tiene algo que ver
con el secuestro?-
- No me sorprendería, pero en el clan de los secretos
se cuecen cosas más oscuras que esas, aunque nadie pueda verlas. Me
refería a que el nuevo Magistrado tendrá que demostrar su valía poniendo
medios para fortalecer el gobierno de la ciudad. Nuestro gobernador,
Selane, necesita apoyos y todos parecen demasiado ocupados para
proporcionárselos. Las patrullas Unicornio aún no han encontrado
indicios de ataque de la corrupción. De producirse, Keda no Kami y sus
seguidores podrían tomar el té en el palacio del gobernador en pocos
días con esta desorganización. Recemos para que las Fortunas aparten
pronto todas estas desgracias...
El Clan del Fénix
La Torre de los Maestros, bastión del clan Fénix en
la ciudad, se encontraba apartada del centro. Era un edificio alto,
bellamente decorado, con símbolos de las fortunas en los salientes, pero
sin llegar a ser ostentoso. Mantenía la sobriedad de un clan al que
realmente le importa el contenido no el aspecto.
El ronin se acercaba, cansado de la caminata, a la
puerta de la Torre. Varios samuráis fénix se encontraban de guardia ante
la entrada y el emisario se dirigió hacia ellos.
- Saludos honorables fénix. Traigo un mensaje para
vuestro señor Shiba Toku-sama – saludo el emisario con amabilidad.
- ¿Quién lo envía emisario-san? – preguntó un yojimbo
fénix.
- Es un pliego de la corte imperial.
El yojimbo se inclinó ante el ronin y abrió las
puertas de la torre acompañándole al interior. El acceso del edificio
era una sala amplia (daba la sensación de ser más grande por dentro que
por fuera) y muy iluminada. Grabados en las paredes daban la impresión
de encontrarse en un gran incendio. Acólitos de los Shugenjas paseaban
por la sala en concentrada meditación.
- Acompañadme ronin, pues las habitaciones de mi
señor se encuentran en la parte más alta.
El samurai y el emisario subieron las escaleras hasta
el ápice del edificio. Habían pasado por cuatro pisos diferentes. El
primero le había dado la sensación de haberse metido en una cueva. La
oscuridad de la piedra lo envolvía todo. El segundo piso tenía las
paredes y el suelo de un color azul marino, haciendo un efecto tan
conseguido que el ronin se sintió ahogar por el agua. El tercero tenía
el suelo y las paredes transparentes, de tal manera que parecías volar
por la torre, y por fin el último, que acababan de pasar, era una sala
oscura, sin límites definidos a simple vista. Para el ronin la visita a
la torre había sido todo un reto.
El Yojimbo llamó a una puerta del quinto piso. Un
viento frío abrió el acceso al interior. La sala era una gran biblioteca
donde un shugenja fénix estaba estudiando. Su kimono de color rojo,
amarillo y con detalles negros ondeaba por la fresca brisa invocada.
- Mi señor Toku-sama – saludo el yojimbo inclinándose
– éste emisario trae una proclama imperial.
El daimyo fénix sin darse la vuelta señaló una mesa
junto a él. El ronin algo decepcionado por su falta de interés, acercó
el mensaje a la mesa y lo depositó sobre ésta. – Mi señor Seppun
Noritaka espera contestación Toku-sama – carraspeó el ronin.
El daimyo asintió con la cabeza sin separa la vista
del libro que estudiaba.
Cuando tanto como el yojimbo, así como el emisario
habían partido el daimyo fénix levantó por fin la vista. Un surco de
corrupción le corría por la mejilla. Leyó el mensaje... – ¿Un torneo
para el campeón esmeralda?. – pensó. Al fénix no le preocupa, pero...
Con un gesto de sus manos, un soplo de viento
apareció en el cuarto. – Busca a Soshi Kuroi´ke... – dijo Toku con voz
grave.
El Clan del Cangrejo
El ronin sabía que las dependencias del cangrejo
estarían medio vacías. El daimyo, Kaiu Hyoga, había partido con un
séquito de samuráis a las tierras sombrías y todavía no había vuelto,
pero el clan también había de presentarse al torneo.
El edificio era apenas un gran caserío donde los
cangrejo se habían reunido rara vez. Generalmente estaba protegido por
un solo samurai, que se encontraba en las puertas. Esta vez no era una
excepción. Un samurai se encontraba en la entrada. Un gran Hida con cara
de pocos amigos protegía el acceso al edificio.
- Saludos honorable samurai cangrejo – comenzó el
emisario – mi señor Seppun Noritaka os envía sus saludos y un mensaje de
la corte imperial, que he de entregar al de mayor rango en la
guarnición. ¿Podrías decirme...?
- No hay nadie de mayor rango en la guarnición ahora,
ronin. Dame el mensaje. Yo me encargaré de él. – contestó el cangrejo
algo hastiado.
El ronin inclinándose le ofreció el pliego. El
cangrejo lo cogió con un gesto rápido y se adentró en el edificio.
- Esperamos noticias del clan cangrejo en la Calabaza
de Sake... – añadió el emisario antes de marcharse.
El cangrejo abrió el pliego al entrar en el edificio.
La convocatoria al torneo escrita con una exquisita caligrafía desfiló
ante sus ojos. – ¡Maldita sea! – exclamó en voz alta – ahora no es el
mejor momento – Con un suspiro el samurai dejó caer la nota al suelo y
salió en busca de sus hermanos. – El problema es que somos tan pocos...
– murmuraba mientras se alejaba del edificio. Si se hubiese dado la
vuelta hubiese visto la sombra de una gran serpiente que se acercaba
donde el pliego olvidado descansaba.
El Clan del Dragón
El emisario se dirigió al monasterio. Quizás de sus
hermanos era él el que había tenido más suerte. El monasterio donde el
clan Dragón se encontraba en su mayoría, era un edificio relajante. Sus
puertas abiertas a la iluminación del pueblo, permitían el acceso a
todos aquellos pobres desdichados que no tuviesen lugar para pasar la
noche. Los monjes al mando de Kurogane rezaban a las fortunas por la
ciudad.
El ronin llegó al gran edificio. Un murmullo de rezos
llegaba a la calle, lo que indicaba la gran devoción de la gente del
interior. La sala a la que se accedía era poco más que un suelo de
madera con un pequeño altar al fondo. Los fieles devotos paseaban por el
lugar escuchando las plegarias de los monjes que recitaban de memoria el
Tao de Shinsei. El emisario se dirigió a uno de los samuráis que
vigilaban el templo.
- Deseo hablar con vuestro daimyo Yokuni Kengin –
dijo el ronin inclinándose y en voz baja.
- ¿Por qué motivo?
- Traigo una proclama imperial que sólo puede ser
entregada a él.
- Esperad aquí un momento.
El Dragón se dirigió a uno de los accesos interiores
y salió de la sala. El ronin esperó de rodillas escuchando a uno de los
monjes. Poco después el daimyo mismo del dragón salía por el acceso.
- Saludos ronin. Bienvenido a mi monasterio. – saludó
el daimyo con voz pausada.
- Mi señor – repuso el ronin mientras se incorporaba
y saludaba con un gesto al dragón. – Traigo un mensaje para vos Kengin-sama.
- Dádmelo emisario y que la paz de las fortunas sean
con vos – replicó el samurai mientras se alejaba.
El daimyo sonrió al ver que el ronin en vez de
marcharse volvía sus ojos inquietos buscando al monje que le aconsejaba
antes de su interrupción. Si los ronin se sentían iluminados por sus
hermanos, entonces el clan no había perdido todavía – pensó el dragón
mientras recordaba el enfrentamiento con los leones pocas semanas antes.
Yokuni Kengin se dirigió a sus aposentos privados. Una vez allí, en su
habitación, decorada con sobriedad y con buen gusto, abrió el pliego.
Un torneo del campeón esmeralda – pensó sin que su
rostro mostrase el menor atisbo de emoción – quizás era eso lo que
necesitaba el clan en estos momentos. Sentándose en postura de
meditación, dejó su mente abierta para buscar consejo. Poco después
escribió con trazos gráciles una nota y la selló con un símbolo
personal. Dirigiéndose hacia la puerta llamó a un guardia del
monasterio.
- Haced llamar a Vedau-san. Decidle que venga con
todos los hombres que pueda. Y dadle éste mensaje. – Aclaró el daimyo.
Mientras el samurai se perdía en las sombras el
daimyo sonreía por fin. La elección no podía llegar en mejor momento.
Con la ayuda de los ejércitos del emperador el clan resurgiría de nuevo.
Las Tierras Sombrías
Soshi Kuroi´ke acababa de dejar la ciudad atrás. El
mensaje del daimyo oscuro del fénix le había llegado hacía pocas horas.
Su habilidad de Shinobi desarrollada durante años por su clan le servía
de utilidad en momentos como este, en los que necesitaba la velocidad y
el sigilo para llegar a la zona maldita. El pantano al que se dirigía, y
a los que los campesinos denominaban el pantano embrujado, era una
sucesión de pequeñas charcas embarradas que podían tragarse entero a un
ejercito. Sólo unos pocos exploradores cangrejo y unicornio sabían
algunas rutas para atravesarlo, pero ni aún estos eran capaces de seguir
el camino que llevaba a la guarida de Keda no Kami señor del horror de
Madrid Shiro.
El escorpión miró una vez más a su espalda. No era la
primera vez que sentía una sensación en su espalda que le advertía de
que le seguían, pero la sensación de intranquilidad no era nueva.
Siempre que visitaba la zona se sentía indefenso. Sabía que el aura de
miedo que creaba la guarida disuadiría a los visitantes de acercarse y
les instaría a volver por donde habían venido.
El acceso estaba protegido por magia oscura. Los maho-tsukai
de la ciudad habían lanzado sus oscuras protecciones a la cueva para
evitar el acceso. En el interior además habitaban una horda de trasgos y
dos o tres onis menores. Además siempre había al menos un mago oscuro en
la guarida estudiando la gran biblioteca de las profundidades y por
supuesto estaba Keda no Kami, una presencia que hasta los oni del
pantano temían encontrar.
El Soshi bajó hacia la oscuridad. Como uno de los
agentes de la oscuridad en la ciudad fue reconocido y le permitieron el
paso. Descendió hacia las profundidades en dirección a la biblioteca.
Allí le daría el mensaje al tsukai, que se lo transmitiría a Keda.
La biblioteca era imponente. Una sucesión de
estanterías repletas de volúmenes se sucedía por las paredes. Un hombre
vestido de naranja reposaba tranquilamente frente a una gran mesa
repleta de libros, calaveras y frascos de diversos materiales. El
escorpión le reconoció.
- Minamoto-sama – dijo Kuroi´ke educadamente. –
Traigo un mensaje para el señor oscuro de parte de Shiba Toku.
El shugenja se dio la vuelta reposadamente mostrando
una expresión de intensa concentración.
- Bien Soshi-san. Dadme el mensaje. Yo se lo llevaré
al Señor.
El escorpión se inclinó ante las palabras del maho-tsukai
y dejó el mensaje sobre una repisa de la estantería más cercana,
desapareciendo en las sombras tan calladamente como había entrado.
Minamoto se incorporó de su asiento y se acercó al
mensaje. El pliego era un pergamino oscuro con un halo verde enfermizo
que lo rodeaba. Con un pequeño gesto de su mano el pergamino comenzó a
levitar precediendo al shugenja a una de las salidas de la habitación.
Keda no Kami descansaba en un gran trono de acero en
sus salones. Oni no Rodrigo, vencedor de los últimos grandes combates
con los humanos, acababa de marcharse después de comentarle lo sucedido
en la última escaramuza. El Señor Oscuro estaba pensando, los unicornio
estaban al parecer fuera de combate tras la ruptura de Selane con el
clan. La gobernadora había desaparecido. Los clanes se peleaban unos con
otros. Quizás había llegado el momento de un ataque a gran escala...
- ¿Mi señor? – interrumpió Minamoto a Keda.
- Ah! Minamoto. Pasa, adelante, adelante... ¿puedo
ofrecerte algo?. – Preguntó Keda con tono divertido.
- Gracias señor – respondió el tsukai con no menos
ironía – pero me traen otros asuntos. Kuroi´ke ha traido un mensaje de
Toku.
El shugenja ofreció el mensaje a su señor y éste lo
abrió sin demora.
- ¡NO! – gritó presa de la furia el Oscuro. - ¡No
podemos permitirlo!.
El tsukai esperó pacientemente a que su señor se
explicase.
- Esos estúpidos van a celebrar un torneo para
decidir su campeón esmeralda. – continuó Keda. – Llama a tus mejores
hombres Minamoto y avisa a Shimura. Ese campeonato no puede llegar a
buen fin. Hemos de ganarlo nosotros o sino el campeón podría organizar
la ciudad de nuevo...
El shugenja se inclinó y se alejó rápido a cumplir
las órdenes que le habían dado. Había poco tiempo.
Epílogo. La Calabaza de Sake.
Seppun Noritaka descansaba apaciblemente en una de las sillas de la
Calabaza. Osata líder de los ronin había organizado todo para que los
grandes clanes compareciesen al torneo. Todos habían contestado
afirmativamente a la convocatoria, e incluso unos ronin se presentarían
voluntarios para el torneo. El Seppun sonrió complacido.
- ¡Osata, más Sake para todo el mundo! – gritó
alegremente Noritaka. - Hemos de celebrar el futuro campeón esmeralda de
los ronin de Madrid.
Un clamor de felicidad invadió el cuarto cuando los
ebrios campesinos y ronin comprendieron las palabras del Seppun, pero
ninguno vio la sombra que acechaba en la ventana.
- Bien-bien los rosados van a elegir campeón verde.
Nezumi saben – murmuró el humanoide con un movimiento nervioso de la
cola.
La oscuridad se tragó sus furtivos movimientos
mientras se dirigía a las madrigueras. Su señor estaría complacido.
Continuará...
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