Hermanos
del Mono
por Allison Lassieur
Sexta Parte
Los
tres se arrastraron por el bosque durante una eternidad. La media luna daba
una luz tan tenue que el bosque era solo sombras azules y oscuridad. Cada
brizna que chasqueaba o rama que se mecía hacía que el corazón de Kyoji se
detuviese. ¿Era un bandido? ¿Un zombi? Se guardó el aliento, agarró la
golpeada caja lacada bajo sus ropas, y siguió a Ishimiko y a Koto.
Finalmente, Ishimiko se
detuvo. “Ahí está,” dijo en voz baja. Frente a ellos, una gran roca brillaba
de color azul en la tenue luz.
“La puerta está por aquí.”
Ishimiko se colgó su arco al hombro y se agachó, rebuscando entre la tierra
y las ramitas que había cerca de la base de la roca. Sin decir palabra, los
hermanos se arrodillaron y empezaron también a buscar. Enseguida, los dedos
de Koto rozaron algo familiar – suaves tablillas de bambú.
“Lo encontré,” dijo
suavemente. Instantáneamente, Ishimiko y Kyoji estaban a su lado. Los tres
descubrieron una pequeña trampilla. De un tirón, la sacaron del suelo, y la
echaron hacia un lado. Un pequeño agujero se abría a sus pies, trozos de
tierra cayendo a la oscuridad. Una pequeña luz brillaba en el fondo, muy
lejos.
“Debería haber una escalera
que llevase hasta abajo,” dijo Ishimiko, pasando su mano por el borde del
agujero. “Si, aquí está.” La tenue luz de la luna apenas iluminaba el primer
peldaño de una gruesa y fuerte escala de cuerda. Miró hacia Koto. “Tú
primero,” dijo. “Iremos justo detrás. Date prisa.”
Koto tragó hondo, y pisó la
escala. Se balanceó alocadamente cuando soportó su peso. Cerró los ojos, y
deseó que el agujero no fuese muy profundo.
De repente, un grito llegó
desde el bosque. Kyoji levantó la vista para ver linternas moviéndose hacia
ellos como enfurecidas luciérnagas. El ruido de matorrales les dijo que un
grupo de bandidos se aproximaban.
“¡Iros!” Gritó Ishimiko.
Saltó sobre la roca, y extendió su arco en un suave y grácil movimiento.
Kyoji apenas tuvo tiempo para ver como la primera flecha salí volando, antes
de agarrar la escala, y zambullirse en el oscuro agujero. Por encima suyo,
escuchó el leve “thwang” de una bien tensada cuerda de arco, y el
sorprendido grito de un hombre que no se esperaba una flecha en la
oscuridad.
Kyoji bajó rápidamente por
la escalera. De repente, sus piernas se encontraron en el aire, y perdió el
equilibrio, cayendo de la escala sobre algo suave.
“¡Quítate!” Chilló Koto.
Kyoji rodó rápidamente sobre su hombro, y se puso en pie. Koto se levantó de
un salto cuando el ímpetu de un cuerpo cayendo, y un golpe en el suelo junto
a Koto anunció la llegada de Ishimiko. Se puso en pie de un salto, y tiró de
una pequeña cuerda que colgaba junto a la escala de madera. La escala se
enrolló en el suelo.
“Eso nos los quitará de
encima el tiempo suficiente como para llegar a la torre,” dijo ella. Una
pequeña linterna estaba sobre un saliente de roca, iluminando el pequeño
espacio. Ishimiko la cogió, y salió corriendo por una pequeña abertura en la
pared de piedra. Los chicos la siguieron.
Corrieron por los túneles,
respirando fuerte. Expertamente, Ishimiko eligió pasadizo tras pasadizo,
claramente familiarizada con el laberinto de túneles. Al entrar en otro
túnel más, un sonido tras ellos hizo que se le hundiese el corazón a Koto.
Un grito de triunfo resonó por las cuevas – los bandidos habían encontrado
su rastro, y estaban más cerca de lo que creían.
“¡Hemos llegado!” Gritó
Ishimiko, patinando hasta detenerse.
La cueva terminaba
abruptamente en una ancha escalinata de piedra que llevaba hacia arriba,
hacia la oscuridad. Al final, había un cuadrado brillo de luz – una puerta
de papel de arroz.
Excitada y aliviada,
Ishimiko subió las escaleras de dos en dos, desapareciendo en las oscuras
sombras. Koto iba justo detrás de ella. Kyoji se detuvo, jadeando, para
tomar aliento antes de correr por la empinada escalera. Sin avisar, tres
grandes figuras salieron de la oscuridad, sus katanas brillando a la luz de
la linterna.
Kyoji se giró y desenvainó
su arma. Para su sorpresa, no era su bokken habitual, sino un wakizashi que
se deslizó de su obi. Era el que Hayato le había generosamente prestado
hacia unas horas. ¡Debía de haberlo reemplazado sin pensar mientras huía de
los bandidos! Una expresión de total satisfacción cruzó la cara de Kyoji.
Atacó a los bandidos gritando.
El fiero ataque de Kyoji
cogió completamente por sorpresa a los tres bandidos. Kyoji miraba como se
movía el wakizashi como si otro lo estuviese blandiendo. No sintió nada
excepto el susurro del aire al cortar el arma a sus enemigos. Una profunda
herida en la tripa apareció en uno, como del aire. Una mano, con la katana
aún firmemente agarrada, salió volando por el aire. Y el tercer bandido se
encontró sangrando profusamente por un corte en su pierna. En un momento se
había acabado. Los tres hombres yacían desplomados en el suelo de la cueva,
gimiendo y sangrando.
Una ruidosa conmoción desde
arriba hizo que Kyoji levantase la vista. Brillante luz bajaba por la
escalera, y un grupo de samurais corrían hacia él. Se detuvieron al llegar
al fondo, asombrados ante lo que tenían ante ellos. Miraban de Kyoji al
montón de cuerpos, y otra vez hacia él. Kyoji miró a los bandidos, y
entonces vio algo que hizo que se le helase el corazón por el miedo. La caja
lacada estaba destrozada en el suelo, el forro de seda hecho jirones. La
piedra había desaparecido.
Dos de los samurai
escoltaron a Kyoji, aún sujetando el ensangrentado wakizashi, escaleras
arriba. Después de la de la cueva, las luces de la Pequeña Torre molestaban
a los ojos de Kyoji. Mientras se ajustaban, pudo ver a Koto y a Ishimiko de
pie entre un gran grupo de samurai y otros en una gran habitación. Un hombre
salió del grupo y corrió hacia él. Era su padre, Toku.
“¿Qué. . .?” Empezó a decir
Kyoji, pero la fuerza del abrazo de su padre le cortó. Kyoji dejó caer la
sangrienta arma, y enterró su cabeza en la ropa de su padre. Aunque esta
clase de escenas eran habitualmente vistas mal, a ninguno le importó.
“Mi valiente hijo,” dijo
Toku, soltando a Kyoji.
“Lo siento, Padre,” dijo
Kyoji. “No he podido completar el encargo que me diste. Perdí la piedra en
algún sitio, o en el bosque, o en las cuevas. Te he deshonrado.”
Koto se puso junto a su
hermano, su labio inferior temblando de miedo, pero su barbilla levantada.
“Yo también estoy avergonzado, Padre. Te hemos fallado. ¡Ahora todos se
convertirán en zombis!”
Los dos hermanos se quedaron
con sus cabezas manchadas de tierra inclinadas. Nadie en la habitación se
movió o habló. El silencio continuó durante tanto tiempo que Koto,
empujándole su curiosidad, levantó lentamente sus ojos. Luego le dio un
codazo a Kyoji, quién también levantó la vista.
Toku estaba sonriendo. El
grupo que estaba tras él sonreía. Ishimiko sonreía de oreja a oreja. Toku
puso sus manos sobre el hombro de cada chico. Koto y Kyoji se miraron,
asombrados y confundidos.
“Era una prueba, Kyoji,”
dijo suavemente Toku. “Para tu gempukku.”
Kyoji no lo entendía. “Pero
si mi gempukku no es hasta dentro de un mes,” dijo.
“Eres cabezota e
independiente, hijo,” dijo cariñosamente Toku. “También te distraes
fácilmente.” El hombre miró a Koto de reojo. De repente Koto se vio
tremendamente fascinado por una hebra de seda en su túnica.
Toku continuó diciendo a
Kyoji. “Te encargué esto para poner a prueba tu habilidad para completar una
simple tarea de una forma honorable, algo con lo que es posible que te
encuentres cuando seas un samurai. También quería que aprendieses a trabajar
junto a otros hacia una meta común, que es por lo que mandé a tu hermano
contigo. Aoki-sensei y yo lo planeamos juntos. Me tenía que informar lo bien
que habíais completado la tarea.
“Pero la Piedra Cadáver, los
bandidos. . .” balbuceó Kyoji.
“No es una Piedra Cadáver,”
explicó Toku. “Una piedra normal con algo de magia simple para enervaros, en
el caso en que abrierais la caja. Nadie sabía esto excepto Aoki-sensei y
yo.”
“Pero los bandidos no eran
parte del plan,” continuó. “De alguna forma se enteraron de vuestro encargo,
y creyeron que la piedra era de verdad. Cuando supimos que estaban cerca,
Aoki-sensei mandó a Ishimiko para encontraros antes de que los bandidos se
dieran cuenta de su error.”
“¡Pero los zombis!” Dijo
Koto.
“Eran zombis invocados por
los bandidos mientras rodeaban la torre,” contestó Toku. “Pero nuestros
samurai los destruyeron, junto a la horda de bandidos, cuando estabais en
los túneles.”
Toku volvió a sonreír.
“Ambos luchasteis bien, y me siento orgulloso. Os enfrentasteis a los
bandidos con coraje y honor. Pero,” dijo, mirando hacia Kyoji y
entrecerrando sus ojos, “¿donde aprendiste a manejar una espada de esa
manera?”
“La verdad, Padre, no lo
sé,” contestó Kyoji. “La espada parecía bailar en mi mano por motu propio.
No he tocado una espada así antes, Padre, por mi honor.”
Toku estaba impresionado.
“Tienes las hechuras de un buen samurai,” dijo. “Ambos. Pero por ahora,
descansaremos aquí unos cuantos días, y luego volveremos a casa. Vuestra
madre tiene planeadas muchas celebraciones especiales.”
Kyoji miró hacia Ishimiko, y
ella le guiñó el ojo. Ese extraño nerviosismo de su estómago empezó cuando
ella le miró, pero a pesar de todo sonrió. Luego Koto le dio un codazo en
las costillas, y bajó la mirada, enfadado.
“Ves, ya te dije que era
solo una piedra,” dijo.
Fin
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