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Hermanos del Mono

por Ree Soesbee

Quinta Parte

Como un hombre muriendo de sed, la piedra parecía absorber la fina capa de sangre que había sobre su lisa superficie, dejando que se juntase en los tenues símbolos, y luego desvanecerse en la nada.

“Es maligna – es maho, magia negra,” susurró Koto. Su voz tembló con el miedo que intentaba reprimir en su cara.

“Cállate,” le reprendió su hermano, rápidamente dejando caer la extraña piedra en la caja lacada. “Padre nunca tendría una cosa así. No puede ser maho.” Pero incluso Kyoji no podía denegar lo que había visto. La sangre había desaparecido en la piedra, y ahora, la negra piedra parecía palpitar con energía. “No puede ser...” se repitió a si mismo, intentando mantener la fe con sus palabras.

“Es maho,” la voz era suave y femenina, “y es peligroso.” Kyoji se giró al borde del camino, su mano instintivamente buscando la espada corta que tenía a su costado. En las sombras, una figura femenina salió de entre al oscuridad. Sus manos bajaron un elegante arco que tenía levantado, y apuntó más allá, hacia donde habían venido. “Vuestro padre se sentiría orgulloso de vosotros.”

“No se quién eres, pero si intentas detener nuestra misión, recibirás el mismo tratamiento que Hayato.” Amenazó Kyoji, su mentón levantado, y su mano sobre la empuñadura de su espada.

“Si antes hubiese estado más cerca de vosotros, Hayato tendría una flecha en su corazón, en vez de heridas de espada en sus piernas,” contestó la chica. Ahora que Kyoji la podía ver, se dio cuenta de que no era mucho mayor que él. La verdad, se parecía algo a...

“¿Ishimiko?” Dijo Koto, la boca abierta junto a Kyoji. Kyoji le dio un codazo a su hermano pequeño, intentando que mostrase más dignidad, pero el chico más joven saltó hacia su amiga de la infancia. “¡Ishimiko! ¡Pensaba que te estabas entrenando con el Clan Avispa! ¡Estás mucho más alta! Has crecido. Díselo, Kyoji, ha crecido, mírala.” Se inclinó, cogiendo deseoso su mano, en un gesto de familiaridad que les avergonzó a todos.

A pesar del entusiasmo de su hermano, Kyoji estaba intentando mirar hacia cualquier parte menos hacia Ishimiko. Con quince años, era alta y delgada como un tallo de bambú, su largo pelo negro atado hacia atrás en una elegante cola de caballo de doncella – muy cómoda, que no interferiría con su arco. No era la niñita desgarbada que había tirado al barro hacia unos años. Ahora estaba... bueno... buenísima.

“¿Qué estás haciendo aquí?” Gruñó Kyoji.

“Buscándoos. Mi padre me mando buscaros, y que me asegurase de que llegabais a la Pequeña Torre.”

“Si Aoki-sensei sabía que veníamos, ¿entonces por qué no vino él mismo a encontrarnos?”

Ishimiko puso en blanco sus expresivos ojos. “Vimos a los bandidos sobre una colina cerca de la Pequeña Torre,” se refería al dojo privado de su padre, y residencia familiar. “Buscaban algo. Aoki fue a asegurarse de que se ocupaban de ellos, pero no podía prescindir de hombres que os vinieran a buscar. Vuestro encargo es muy secreto, y tanto vuestro padre como el mío se han esforzado mucho para que sea así. Ahora venir, rápido. Debemos llegar a la Pequeña Torre antes de que los hombres de Hayato nos encuentren.”

“No necesitamos tu ayuda,” dijo Kyoji. “Padre nos envió, y lo podemos hacer solos.”

“No estoy ofreciendo ayuda, honorable Kyoji,” Ishimiko se inclinó con respeto hacia el joven chico, y los ojos de este se abrieron mucho. Ella era una samurai – ya había pasado su gempukku, ¿pero se inclinaba ante él? “Tu progreso en la lucha prueba que no necesitas protector. Pero como hija de Aoki-sensei, humildemente te pido que me permitas usar la prerrogativa familiar de llevar al hijo de mi señor feudal a nuestro hogar. Como muestra de hospitalidad.”

Su orgullo apaciguado, Kyoji asintió bruscamente. Koto sonrió.

Kyoji cogió la caja lacada y la cerró suavemente, mirando un momento al mono dorado que había en la tapa de la caja, antes de dársela a Koto. “Llévala tu. Tengo que tener mi espada preparada. Si esos bandidos están cerca, es posible que tengamos que luchar, y tengo que estar preparado.”

Siguieron lentamente a Ishimiko a través del bosque, alejándose de los caminos principales de la tierras Mono. El trayecto fue duro, pero los tres permanecieron juntos, pasando por arbustos y evitando ramas bajas del bosque, hasta que llegaron a una colina cerca del pequeño torreón.

La Pequeña Torre era un edificio bajo, con una plataforma-dojo central, construida para entrenar hasta a veinte hombres, y un anillo circular de edificios, que servía como alojamiento para Aoki-sensei, su familia, y los hombres bajo su tutela. Las paredes eran de un elegante papel de arroz y madera, pintadas con imágenes de duelistas. A un lado había una torre de piedra – muy antigua, y muy extrañamente construida en las paredes de la casa principal. Era esta torre la que daba al dojo Mono su nombre. Algunos decían que la torre era un resto de antigua arquitectura Naga, pero Kyoji nunca les había tomado en serio. Normalmente, el sendero ante el dojo estaba bordeado por linternas que brillaban suavemente, y el pequeño lago a un lado del dojo brillaría en la luz de las estrellas.

Pero esta noche, la Pequeña Torre no estaba tan pacífica.

Un gran grupo de bandidos – fácilmente 20 o 30 hombres – rodeaba el pequeño dojo, sus antorchas haciendo sombras sobre las paredes de papel de arroz de la Pequeña Torre. Seis cuerpos, ensangrentados y pálidos contra la oscura tierra, estaban tendidos cerca del lago. Uno flotaba en el, su cabeza limpiamente cercenada del torso, que se estaba hundiendo. “Los vigías de mi padre,” dijo la fría voz de Ishimiko. “Los hombres de Hayato. Sin él, serían como perros rabiosos. Padre solo tiene unos pocos hombres, quizás suficientes para defender la torre, pero no para venirnos a buscar. No podemos entrar por aquí en la Pequeña Torre.”

Uno de los bandidos levantó un brillante bastón sobre su cabeza, cantando al creciente trueno en el cielo. Un tenue rayo verde cayó del cielo, atravesando las nubes y haciendo que se quemase la esquina de la casa. Kyoji podía ver sirvientes en el torreón corriendo para apagar el fuego antes de que pudiese extenderse. En la vacilante luz de las malignas llamas, Kyoji vio los cuerpos de los hombres muertos empezar a levantarse del suelo, con terribles movimientos. Zombis.

“Tenemos que llevar la piedra a Aoki-sensei,” dijo Koto con incertidumbre.

“Hay otro camino. La torre tiene un pasadizo secreto que empieza en la profundidad del bosque, a pocos li de aquí. Pero si mi padre ha sido asesinado por esos bandidos, no sirve para nada llevarle la piedra... y estamos muertos.”

“¿Qué es la piedra?” Preguntó Kyoji.

Ishimiko se detuvo antes de contestar. “Es una Piedra Cadáver, una antigua reliquia de Iuchiban. En manos erróneas, es muy poderosa. Mi padre sabe como destruirla.”

“Si es tan poderosa,” soltó Koto. “¿Por qué nos la han dado? ¿No es esa una misión importante – no tendrían que haber dado la piedra a un samurai?”

Ishimiko miró estoicamente al joven chico. “No es mortífera ella sola. No te puedes hacer daño con ella – no funciona así. Solo le queda una carga dentro. Pero si esa sola descarga de poder es usada por alguien que sepa hacerlo, podría destruir las tierras Mono en kilómetros a la redonda. Para siempre estarían marcadas con la Mancha.

“Si Toku-sama hubiese mandado la piedra con una guardia de honor, entonces, los bandidos simplemente hubiesen atacado y se la hubiesen llevado. Es un gran tesoro para ellos, y conseguirán un buen montón de koku al pidiendo un rescate por la Piedra Cadáver. ¡Imaginaos el chantaje que podrían hacer, si los bandidos hubiesen llevado la piedra a Otosan Uchi – o a Kyuden Kakita!

“Por eso vuestro padre mandó a sus dos hijos, dos chicos justo antes de pasar su gempukku. Escondió la piedra de los ojos de los bandidos de Hayato, mandando al mismo tiempo una gran guardia de honor hacia el sur. Pero de alguna forma, Hayato descubrió la verdad.”

“Kyoji, tu padre confía en ti. Y también Aoki-sama. Ahora tenemos que demostrarles que tenían razón.” La mirada de Ishimiko era cariñosa, y Kyoji sintió como se ponía colorado.

“¿Aoki-sensei puede destruir esta roca?”

Ishimiko asintió. “Si podemos llevársela hasta él, podrá. Será peligroso, pero mi padre nos estará esperando por el otro lado. No podemos dejar que nuestro miedo nos retraiga.”

Kyoji se volvió hacia la Pequeña Torre, mirando como los bandidos aullaban y chillaban, en su depravación. Tenían siete horas hasta el amanecer, y ese hechicero estaba volviendo a cantar. “Llévanos a ese pasadizo, Ishimiko. No tengo miedo de intentarlo.”

Continuará...