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Relatos

Hermanos del Mono

por Edward Bolme

Cuarta Parte

Kyoji estaba atento, intentando aclarar su mente. Era difícil de hacer, con el extraño peso de un wakizashi en su cintura, y la sonrisa de satisfacción de Hayato asolando sus ojos.

Se detuvo un momento para evaluar su situación, un momento de claridad intelectual que le forzaban las horribles circunstancias. Estaba a dos pasos de Hayato. El wakizashi en su cinturón tenía una hoja pequeña, quizás dos cuartas como mucho, y blandiéndola al final de sus cortos brazos, a esta distancia, con suerte podría hacerle un corte a la tripa de Hayato. Hayato estaba en una perfecta postura para sus largos brazos adultos, y su doblemente larga katana. Con una ligera extensión de su brazo, podía poner la parte más afilada de su espada en el cuello de Kyoji.

Kyoji nerviosamente se adelantó. Hayato dio un paso hacia atrás.

Kyoji se mordió los labios, intentando llevar un poco de saliva a su boca. No funcionó. Hayato asintió levemente, una expresión de inteligencia en sus ojos.

Kyoji volvió a adelantarse. Otra vez, Hayato dio un paso hacia atrás, como si no fuese con él la cosa.

Mierda. Hayato estaba eligiendo la distancia, jugando con él.

En un instante, Kyoji vio lo que iba a pasar, tan claramente como si fuese un Oráculo. Intentaría desenvainar su wakizashi. Incluso empezaría a golpear con el. Y en ese momento, la espada de Hayato rebanaría fácilmente el cuello de Kyoji, y un pecaminoso bandido mataría al heredero del daimyo del Clan del Mono.

Moriría como un niño a manos de alguien que no era digno de ser humano. Que lástima. Como confirmación, un reguero de sangre bajó por la base del cuello de Kyoji. Se detuvo, y luego bajó por su clavícula, para manchar el collar de su jersey.

Kyoji pensó en su hermano pequeño, y deseó que tuviese la velocidad y agilidad para escaparse de los bandidos. Se preguntó que haría Koto en esta situación, ante un duelo que no pudiese ganar.

Y entonces se dio cuenta. Haría lo mismo que le había hecho una y otra vez a su hermano mayor. Koto cambiaría las reglas.

Un arriesgado plan surgió en su mente. Los ojos de Kyoji se volvieron solemnes mientras se tranquilizaba. Al verlo, Hayato borró la sonrisa de su cara, y sus ojos se volvieron tan quietos y fijos como la llama de una vela.

*

Koto estaba tan quieto como un conejo, mientras los dos bandidos saltaron sobre el tronco, y fueron en la dirección en la que él había salido corriendo. Girando su cabeza, Koto les vio escudriñar el bosque, y conversar en voz baja entre los dos.

Tan cautelosamente como pudo, buscó una piedra tanteando el suelo con su mano. Encontrando una, se puso con cuidado de rodillas, se remangó con su otra mano para que hiciese ningún ruido, y tiró la piedra hacia unos arbustos, en un arco muy alto.

Por un momento, se preguntó si su puntería había sido defectuosa, debido a la oscuridad, pero luego fue premiado con un pequeño crujido lejos de allí. Los dos bandidos fueron en silencio hacia el sonido. Koto vio como se alejaban, y luego se arrastró sobre el árbol caído, en dirección opuesta.

Una vez que se había alejado de su vista, se arrastró hacia el hermano que había abandonado en el camino. Cuando creyó que estaba lo suficientemente lejos, se puso en pie y empezó a trotar por el frondoso margen de la carretera. Tenía que saber lo que le había pasado a su hermano.

Entonces escuchó un grito rasgar el oscurecido cielo.

*

Kyoji movió un poco su mano, e inmediatamente se agachó, tirándose hacia delante.

El brazo de Hayato se movió como una víbora, sacando a toda velocidad su espada de su vaina. Con el silbido de un tifón, el filo de la espada cortó el aire, justo donde debía de haber estado el cuello de Kyoji, cortando el pelo de la parte de atrás de la cabeza del chico.

Kyoji rodó igual que le había enseñado su sensei, su mano izquierda cogiendo la pulida piedra mientras rodaba hacia delante. Giró libremente, rodando a la izquierda de las piernas de Hayato. Cuando terminó de rodar, se estiró, terminando sobre una rodilla justo detrás del líder de los bandidos. Al detenerse, su mano derecha desenvainó su wakizashi, y cortó los tendones de Hayato desde atrás.

Los otros dos bandidos estaban sorprendidos, y, durante un breve y precioso instante, se quedaron quietos mientras su líder caía con un grito de dolor y de furia. Le pareció a Kyoji que tardaba una eternidad ponerse de pie y salir corriendo hacia el margen arbolado del camino, y el chico entendió por fin lo que quería decir su padre cuando se refería a “vivir una vida en un abrir y cerrar de ojos.”

Desde el suelo, Hayato le maldijo y ladró unas órdenes a los dos hombres que quedaban.

Kyoji miró hacia atrás sobre su hombro; un bandido estaba ayudando a parar la hemorragia, mientras el otro se volvía a darle caza. Kyoji corrió por los arbustos que delineaban el camino, atravesándolos y corriendo hacia el bosque. Se volvió vagamente gen dirección de su casa, al no tener alguna idea mejor.

Con la creciente oscuridad, la caza pronto se ralentizó hasta un rápido trote corto. Kyoji continuamente buscaba ramas bajas que colgasen, para agacharse bajo ellas. Aunque el latigazo de las ramas ralentizaba al bandido, sus más largas piernas lentamente acortaban la distancia con el joven e indeciso samurai.

Escuchó el respirar del bandido hacerse más fuerte, las pisadas más cercanas.

Entonces, de repente, una sombra se movió justo a la derecha de Kyoji, y un fuerte y percutor crack rompió la oscuridad, seguido de un pesado golpe sordo. Kyoji se volvió para ver a su hermano pequeño, bokken en la mano, de pie sobre el inconsciente bandido. El matón ronin estaba tendido sobre su espalda, e incluso en la tenue luz crepuscular, Kyoji podía ver un moratón, que se oscurecía rápidamente, en la cara del hombre.

Anduvo, los dos chicos se estudiaron el uno al otro, demasiado aterrorizados como para reír, demasiado orgullosos como para llorar. De alguna manera, ambos sabían que juntos habían cruzado algo, y que nunca volverían a ser verdaderamente niños.

Al fin, Koto se irguió. “Mejor asegurarse de que no nos puede seguir,” dijo. Le quitó de un puntapié las sandalias al hombre, y le dio a la planta de cada pie un salvaje golpe con su bokken. “Así está bien. Con esos moratones, no llegará muy lejos. Los samurai de Padre le podrán arrestar cuando hayamos terminado con nuestra misión.”

Misión, pensó Kyoji, no un recado. Sonrió una sonrisa traviesa. “Bueno,” dijo, “mejor que nos demos prisa.” Al decirlo, sin darse cuenta, se limpió con su mano izquierda la sangre que le seguía brotando de su cuello.

“Ups,” dijo, e intentó limpiar su mano en su jersey para que la sangre no manchase la pulida piedra. Mientras inspeccionaba su rápido trabajo, los dos chicos vieron como los símbolos grabados en la piedra empezaban a brillar con una tenue luz.

Continuará...