Hermanos
del Mono
por Jess Lebow
Tercera Parte
Kyoji
miró a su hermano desde el suelo, sobre sus manos y rodillas. “Padre nunca
nos creerá.”
Koto sacó su
bokken del cinturón alrededor de su cintura. “Suéltale,” gritó.
Los bandidos
rieron.
Hayato tiró la
lisa piedra al aire, dejando que golpease la palma de su mano al volverla a
coger. “Bastante valiente,” dijo. “¿No sientes miedo por la vida de tu
hermano?”
Koto dio un
paso hacia delante, levantando su espada de madera. “He dicho que le
sueltes.”
Hayato sonrió.
“Quizás tu padre te creerá el cuento, si te mando a casa con la cabeza de tu
hermano en un saco.”
Koto miró a
Kyoji. El bandido que le tenía sujeto por la garganta presionó más la hoja
de su kama contra su cuello. Una delgada línea de sangre apareció, y Kyoji
se puso tenso, sus ojos abriéndose mucho.
“Te daré una
última oportunidad,” dijo Koto. “Suéltale, o muere.”
Los bandidos
dejaron de reír.
Hayato miró al
chico, sus ojos entrecerrándose. Asintió, y dos de los mugrientos hombres,
con los tanto en la mano, fueron hacia Koto.
“Corre, Koto,”
gritó Kyoji. “Por favor, corre.”
Koto vio como
se acercaban los dos hombres, prestando atención de uno al otro. Su corazón
saltó dentro de su pecho. Pequeñas gotas de sudor se formaron en su frente,
cuello, y brazos. Su piel estaba fría, sus rodillas débiles. Koto podía oír
las pisadas de los bandidos sonando cada vez más fuertes mientras se
acercaban. El viento sopló hacia él, moviendo las hojas, y llevando el
maloliente hedor de sucios kimonos.
“¡Corre!”
La voz de Kyoji se rompió, chillando en un tono más alto.
Koto nunca
había oído gritar a su hermano mayor con tanta desesperación, y el sonido
hizo que sintiese un sudor frío por su espina dorsal.
Los bandidos
se acercaron un paso más.
Koto se empujó
con ambas piernas, lanzándose por el aire con toda su fuerza. Los bandidos
arrastraron un poco los pies, sorprendidos por el salto del joven.
Koto aterrizó
de pie, se dio la vuelta, y salió corriendo. Su salto hacia atrás le había
dado una ventaja de tres metros.
“Tras él,”
gritó Hayato.
Koto no miró
hacia atrás, moviendo sus piernas tan rápido como podía. Girando una
esquina, el joven chocó contra los arbustos que delineaban el retorcido y
polvoriento camino. Una fila de árboles estaba justo ante él. La noche se
oscurecía aún más dentro de la arboleda.
Koto levantó
sus piernas tan alto como pudo, saltó sobre los arbustos, y atravesaba tanto
espacio con cada paso, como las piernas de un niño de once años podían.
Podía oír a los bandidos entrar en los arbustos tras él.
Koto se forzó
a ir más rápido. Sus pulmones ardían, y sus piernas empezaron a pesarle. Los
arbustos habían rajado sus ropas, arañando sus piernas. Ignoró el dolor,
lanzando su cuerpo hacia delante, adentrándose en la oscuridad bajo los
árboles.
Sus ojos
tuvieron dificultades para adaptarse, pero Koto podía entrever ante él, el
tocón de un árbol caído. Dos pasos más, y saltó, cayendo y deteniéndose al
otro lado, acurrucando su cuerpo tras el árbol caído. Metiéndose bajo el
tocón como mejor podía, el joven Mono puso sus manos a los lados de su boca,
tapando el sonido de su fuerte respiración.
*
Kyoji tragó fuerte. La hoja que tenía contra su garganta mordía su piel. Le
picaba, y podía sentir la sangre correr por su cuello. Miró a su hermano
pequeño. El maldito estúpido les hacia frente, bokken en mano.
Kyoji respiró
hondo. “¡Corre!” Soltó las palabras tan fuerte y rápido como pudo. El
movimiento hizo que la hoja se hundiese más en su piel.
Koto dio un
salto hacia atrás, y salió corriendo.
“Tras él,”
gritó Hayato.
Dos bandidos
le persiguieron.
Kyoji cerró
sus ojos. Corre rápido, hermano, corre rápido.
Kyoji esperó.
Se preguntó si dolería, cuanto le llevaría morir, una vez que el bandido
rajase su garganta. Luego pensó en su padre. ¿Se sentiría decepcionado por
que no había completado su tarea? ¿O se lamentaría de la pérdida de su hijo?
Ese pensamiento llenó al joven Mono de indignación.
“Si vais a
matarme, sucios bastardos, ¿tenéis los cojones para retarme a un duelo?”
La hoja dejó
de presionar su garganta, y Kyoji abrió sus ojos. Alguien le cogió por
detrás, y le puso en pie. Podía sentir como ardía la sangrante línea de su
cuello, pero la apartó de su mente, y en vez de ello, hinchó su pecho y miró
desafiante al señor de los bandidos.
Hayato sostuvo
su afeitado mentón con una mano, la piedra pulimentada en otro, y miró
intensamente a Kyoji. “¿Tienes alguna idea de lo que es esto?” Dijo
finalmente, moviendo la piedra.
“S… si,”
contestó Kyoji, sin quitar los ojos del hombre.
“Entonces te
darás cuenta de que no tengo ningún problema en matarte por ella.”Dio un
paso adelante, y se agachó hacia la cara de Kyoji. “No me importa lo joven
que seas.”
“Entonces no
te importará retarme por ella,” se mofó Kyoji. “No importa lo viejo
que seas.”
Hayato se dio
la vuelta, y recogió la ahora rayada caja lacada de negro. La puso en el
suelo entre él y Kyoji. Luego puso la piedra recubierta de kanji dentro de
la caja.
“No, tienes
razón,” dijo Hayato, “No me importa.” Sacó su wakizashi de su cinturón.
“Coge.” Se lo tiró a Kyoji.
El joven Mono
nunca antes había tocado una espada de verdad. Estaba prohibido hacerlo
antes del gempukku. Levantándose, Kyoji la cogió con una mano. Bueno, pensó.
Si no podía tomar el reto del gempukku de su padre, esto tendría que servir
en su lugar.
Kyoji alisó
sus ropas, y quitó el polvo de sus rodillas. Luego metió la espada en su
cinturón.
“Cuando estés
preparado, viejo,” soltó Kyoji, poniendo su mano sobre la empuñadura, “con
mucho gusto te quitaré la vida.”
Hayato adoptó
una fácil y experta postura, doblando las rodillas, y envolviendo con sus
dedos la empuñadura de su katana. Sonrió.
“No, por favor, niño
valiente,” le urgió, “tu primero.”
Continuará...
|